Área personal

Rita la cantaora

Julio López 2 Abr 2019

Rita la cantaora, personaje del que existen infinidad de expresiones como ‘Eso lo va a hacer Rita la cantaora’, ‘Va a ir Rita la cantaora’, ‘Te lo va a pagar Rita la cantaora’, ‘Que lo haga Rita’ o ‘Que trabaje Rita’ (entre otras muchísimas versiones en las que no consta la coletilla ‘la cantaora’).

Rita la cantaora se llamaba Rita Giménez García, nació en Jerez de la Frontera (Cádiz) en 1859 y falleció en 1934, a la edad de 75 años. Tal y como apunta la coletilla que siempre acompañaba a su nombre, Rita era cantaora de flamenco y actuó allá donde se le solicitó, haciendo funciones dobles cuando el cliente del tablao o la fiesta privada para la que había sido contratada lo solicitaba. Muchas fueron las ocasiones en las que otros compañeros se negaron a actuar por menos precio de lo estipulado, ofreciendo los servicios de Rita, que era muy solícita para ello.

Viendo la profusión de promesas electorales en estos días, vamos a tener que resucitar a la cantaora gaditana para que se haga cargo de la cuenta.

 A raíz de mi carta de la semana pasada, algún escaso lector de los que llegan hasta el final de la epístola me ha pedido que explique un poco más el concepto de Teoría Monetaria Moderna, que se ha puesto de moda en boca de la candidata demócrata a la presidencia americana AOC (Alexandria Ocasio-Cortez) y por la disputa que crea en algunos círculos economistas. Por resumir, se basa todo en una premisa: un Estado no puede quebrar en la medida en que su Banco Central pueda financiar sin problemas a ese Estado. Mientras ese Estado tenga una soberanía monetaria, como los bonos y obligaciones que emite están denominados en una moneda que él controla, siempre es capaz de poner a disposición de los acreedores, sin problema, el dinero a su vencimiento. Esta política garantiza el gasto ilimitado del Estado, ese gasto garantiza que llegue el dinero hasta el último rincón del país y que desaparezca el desempleo. El Edén de cualquier político, poder dar a sus electores todo lo que estos pidan y permanecer ad eternum en la poltrona. No haría falta ni iniciativa privada. El Estado se encargaría de todo.  De hecho, la conclusión final es que ni siquiera los gobiernos tendrían que acudir a los mercados financieros a pedir dinero. En nuestro caso, una simple llamada a Jorge Juan 106 (supongo que también se puede llamar a Glovo para hacer el pedido) y nos quitamos de los líos de subastas, presentaciones a inversores y roadshows de venta, y dorar la píldora a las agencias de calificación. Además, no tenemos ni que hacer pruebas de laboratorio; ya tenemos la experiencia sumamente exitosa de países que la han implementado como Zimbabwe o Venezuela. Pero vayamos más allá. ¿Por qué pararnos en la deuda? Eliminemos también los impuestos. ¿Para qué pedir impuestos a los ciudadanos si el Banco Central puede financiar todo ese gasto? ¿Por qué de eso no hablan los defensores de esta teoría del maná caído del cielo?

Esta teoría también hace una asunción de difícil justificación. Que la moneda emitida seguirá teniendo la misma capacidad de poder adquisitivo. En una economía global, en el que está descentralizada la producción, tenemos que adquirir las “mercaderías” fabricadas en otros países, y les pagamos con nuestra moneda o cambiando dicha moneda por otra que quiera el vendedor. Si Zimbabwe quiere adquirir coches, la General Motors no quiere que le den dólares zimbabuenses, sino dólares americanos y son tan capitalistas putrefactos y sanguinarios, que piensan que aunque los dos se llamen dólares, no valen lo mismo, y cada vez exigirá más dólares zimbabuenses a cambio de ese dólar americano, y como son capitalistas salvajes, malintencionados e inhumanos, cuando el gobierno les da un billete de 100 billones de dólares zimbabuenses como cambio, sin pestañear, se mosquean un poco. Y que el 99.99% de la población se haya empobrecido en el proceso da igual. El gobierno siempre devuelve su deuda…

Los defensores de la TMM alegan que todo el proceso de Quantitative Easing que hemos visto no ha creado inflación, que es el principal miedo que se podía alegar a la impresión de dinero. Pero claro, depende de lo que entendamos por inflación, por que de activos ha habido “una poca”. En el mundo que vivimos no dejamos pasar el tiempo suficiente para ver las consecuencias de las acciones y sacamos conclusiones demasiado rápido. Hasta ahora, los periodos de hiperinflación eran exclusivos de un único país que sucumbía a la tentación de la imprenta para pagar sus gastos. En el mundo actual lo hacen todos, con lo cuál efectivamente no se ve inmediatamente unos efectos perniciosos. Si un solo país permaneciera alejado de estas políticas, vería su moneda apreciarse considerablemente y terminaría por padecer una recesión vía falta de competitividad de sus productos (recuerden la intervención del Banco de Suiza para impedir la revalorización del franco). Por eso todos juegan a lo mismo, en menor o mayor medida.

También parecen olvidarse de los ciclos de inversión. Los precios actuales bajos de muchos productos básicos son una consecuencia de estos ciclos, que en un momento dado se darán la vuelta. Los precios disparados alcanzados en 2010-2011 hicieron que se aumentara la superficie cultivable de forma considerable (en 2012, sólo en Estados Unidos, la superficie equivalente al estado de New Jersey) y han creado un exceso de oferta que repercute en los precios unos años después. Esos precios a la baja repercuten en los márgenes de los agricultores, que en un momento dado deciden no plantar más, lo que llevará a menos oferta y subida de precios. Lo mismo ha pasado con el petróleo y todos los campos abiertos en Estados Unidos que hicieron llevar los precios a los 25 dólares. Todavía no tenemos las evidencias suficientes para pensar que la teoría de los ciclos de inversión y su repercusión en los precios es papel mojado.

El proceso de globalización y avance tecnológico es el otro atenuante de la no constatación inmediata de la inflación. El factor trabajo ha sido el paganini de ese proceso, con una pérdida de poder adquisitivo importante, pero tampoco podemos descartar todavía, aunque nos pueda parecer ciencia ficción, su carácter cíclico. Con desempleo en mínimos en Estados Unidos o Alemania tenemos un par de años por delante para ver si suben los salarios o no. Las empresas tecnológicas (con Amazon como emblema) han demostrado su gran capacidad para destruir los beneficios de sus competidores, pero falta por demostrar si tienen la misma capacidad para producir los beneficios que le suponen la mayor parte de la comunidad inversora, y terminar por repercutir en precios su superioridad competitiva.

Como dice un amigo mío, “Hay mucha gente que se queja de no tener trabajo, cuando el problema es no tener dinero. No te confundas, que el trabajo no es necesario”.

Buena semana,

Julio López

 

Julio López Díaz, 02 de abril de 2019

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