Área personal

Tito Livio

Julio López 25 Abr 2019

Maquiavelo, discurso de Tito Livio: “A un político no le es necesario tener todas las cualidades, pero sí le es necesario aparentarlas: si las tiene y las observa siempre, son perjudiciales, y si aparenta tenerlas, son útiles. Se trata de aparentar ser piadoso, fiel, humano, honesto, incluso serlo de verdad, pero estar dispuesto para cambiar a lo contrario en caso de necesidad”.

El otro día, viendo el debate electoral, caí en una angustiosa realidad. Era la primera vez en mi vida que era más viejo (o menos joven) que todos los candidatos a la presidencia del gobierno. No sé si este dato me dio una superioridad moral, ahora que tenemos que intentar valorar más la experiencia que el vigor, pero me produjo una mezcla de melancolía e indignación a la vez la forma infantil en que se atacaban unos a otros. Anteriormente, cuando eran más modestas las aspiraciones de los hombres y mujeres normales, y sus horizontes políticos limitados geográficamente a sus círculos más próximos, las frustraciones eran mucho menores. El rápido crecimiento económico ha contribuido a fomentar esas frustraciones, debido a la aparente complejidad de los problemas económicos y sociales, y a la poca explicación por parte de los gobernantes de las decisiones que toman, empleando palabras grandilocuentes como interés nacional, justicia social y demás palabrejas para no admitir réplica. Los partidos políticos emplean eslóganes como si fueran axiomas y huyen de explicar las derivadas de cada una de las decisiones tomadas. Una de las primeras cosas que nos enseñaban en Economía y Contabilidad era la famosa T, que dividía el balance de una compañía. En un lado, de dónde vienen los recursos y en el otro a qué se dedican. Las dos cosas van unidas y deben cuadrar, pero los que reducen el pasivo no explican lo suficiente lo que pasa con el activo, y los que apuestan por disparar el gasto, se muestran reticentes a hablar de los bolsillos de donde se va a sacar. La economía, además, tiene un hecho muy curioso, que no son matemáticas, aunque muchas veces intentemos reducir todo a fórmulas matemáticas. Si fueran matemáticas, no tendríamos esa fuerte carga ideológica que básicamente resume la política fiscal a dos posiciones, una que utiliza como axioma la famosa curva de Laffer, utilizada por la derecha ideológica (si bajo los impuestos, aumento la renta disponible de las familias, aumentando el consumo y la producción, terminando por recaudar más dinero para el Estado vía cantidad tasada) y por otra parte la socialdemócrata, que aboga por tipos marginales más altos y progresivos y con una mayor presión fiscal, de tal forma que sea el gobierno de turno el que maneje más recursos. Ambas cuestiones tienen derivadas secundarias que nadie se ocupa de explicar. El famoso ceteris paribus (suponemos que el resto de las variables no se mueven) que no nos cansamos de repetir. Tenemos un caso muy concreto con el tema de los novecientos euros del salario mínimo, donde hay un choque brutal entre las buenas intenciones y sus consecuencias económicas finales. Hoy tenemos el dato de la EPA del primer trimestre, que arranca el año con 93.000 empleos destruidos y 50.000 parados más, y ningún empleo privado creado. Puede ser casualidad, pero parece un caso de meigas.

Al final el dilema es el de siempre, si la gestión del dinero la hace mejor el Gobierno o los propietarios “iniciales” y cuál es la creación de riqueza final. Y es que, después de cientos de años, no tenemos evidencia empírica que constate qué es lo mejor. Puede darse el caso de que una mayor presión fiscal pueda llevarnos a mayor productividad y a unas inversiones que no se harían desde el lado privado. Hay muchos estudios que indican que no parece existir tampoco una correlación importante entre bajada de impuestos y mayor crecimiento del empleo, aunque pueda parecer muy evidente para algunos, y tampoco está demostrado que se termine por recaudar más. Hay un componente psicológico importante que es difícil de trasponer a las fórmulas. De hecho, una de las peculiaridades que estamos viendo con las inyecciones de dinero de los Bancos Centrales, que pudiera asemejarse a una mayor capacidad de gasto por parte de los Estados o las familias, es que no se refleja tanto en un crecimiento del PIB, como en una clara inflación de activos financieros, porque se ha favorecido la inversión en éstos en lugar de en mayor producción. Lo que marca la diferencia es a qué se dedica ese dinero y qué productividad generará a futuro. Así, aunque podamos considerar a priori que un incremento de la deuda pública supone una “carga” para las generaciones futuras, también podemos llegar a la conclusión de que igual “carga” puede llegar a ser el dejar de hacer inversiones para el futuro en el momento presente. La clave vuelve a ser a qué se dedica ese dinero. Si no le sacamos rentabilidad y va a gasto, pues tenemos que colegir, obviamente, que el peso de esa deuda nos quebrará la espalda tarde o temprano.

Lo que está claro es que los partidos políticos siguen sin estar de acuerdo en las consecuencias específicamente objetivas que se obtendrían de un alto nivel impositivo, de una reducción de tarifas y demás figuras impositivas. Cada persona, en función de su ideología y escala de valores, considerará cierta una cosa o la contraria, porque no son afirmaciones científicas.

Pongamos el ejemplo de la política que quiere implementar Podemos, de control de las rentas de alquileres. Según sus creencias, la situación es la siguiente: los propietarios de viviendas se están aprovechando del déficit de viviendas para elevar los alquileres, y para dar mayor énfasis, recalcan el papel de los fondos-buitre en estas prácticas. En ningún momento se habla del ínfimo porcentaje que representan estos fondos en la propiedad del parque de viviendas, porque le quitaría el efecto dramático que se le busca. Hago un disclaimer: a mí me parece que los precios de las casas están en niveles estratosféricos y de difícil explicación, para el nivel de los salarios en mediana de este país, y no tengo ninguna propiedad en alquiler. Pero el tiro es lo que creo que está equivocado. Lo que algunos llaman especulación, yo lo considero un movimiento defensivo de muchos ahorradores que ven como sus fuentes de inversión tradicionales están fuertemente penalizadas por las políticas monetarias actuales de tipos reales negativos. Ante una pérdida segura de su poder adquisitivo, buscan inversiones alternativas y dado el fuerte atractivo atávico del ladrillo, terminan por aumentar la demanda en un momento en el que la oferta está limitada, y emprender nuevos planes urbanísticos es una labor de gigantes, atrapados en una telaraña burocrática interminable.

Pero bueno, sigamos. El propietario típico parece ser una persona sin escrúpulos que se aprovecha de las necesidades de los demás para ponerse las botas. Pero, ¿sabemos realmente cómo se forman los precios? En muchos casos, la subida de los alquileres viene determinada por los costes. En la medida que los costes suben (precio de la vivienda, impuestos ligados a la vivienda, gastos de comunidad), eso se nota en el precio final del alquiler. Asumir que los propietarios de viviendas tendrían que alejarse de los mecanismos de mercado es de difícil justificación. Como en cualquier otro producto, lo que tendría que hacer es que, ante precios altos, funcionara el mecanismo de que llegaran nuevas ofertas del producto al mercado (en este caso nuevas viviendas) hasta que se produjera un ajuste en el aparentemente déficit actual de vivienda. O que se diera el caso en que la demanda empezara a no buscar esas viviendas por no poder pagarlas y fuera la oferta la que terminara por adaptarse a precios más bajos. Desde luego, si no se permite que suban los precios, no puede esperarse que la gente limite el consumo de viviendas, y el déficit proseguirá. Si lo precios no se elevan, no se realizan beneficios y los empresarios no se verán atraídos por la construcción de nuevas viviendas. En ese caso, sería el gobierno el que debería construir esas casas.

Es indudable que una subida de precios, como en cualquier producto, afecta mucho más a los pobres que a los ricos, pero imponer un control de rentas tiene algunas salvedades.

Es un arma que si se utiliza de forma directa e indiscriminada puede llevar a los mismos abusos que se quieren evitar. Sólo tenemos que recordar los alquileres de renta antigua que el “podemita” de Franco instauró en su momento, y que llevó a una situación de propietarios pobres e inquilinos millonarios.

En fin, es lo que hay y no se puede elegir otra cosa. Siempre hay que recordar aquellas palabras que dirigió un político a Leopoldo Calvo Sotelo. “¡Qué gran presidente ha perdido Dinamarca!”

Buena semana,

Julio López Díaz, 25 de abril de 2019

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