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Ludens

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Julio López Díaz 10 Dic 2020

En el minuto 86 del histórico partido en que la selección de Colombia goleó 5-0 a la de Argentina, en las eliminatorias al mundial de Estados Unidos del 94, mi admirado Cholo Simeone fue a disputar un balón dividido con el 'Tren’ Valencia y le descargó un codazo de roja directa (crónica de un periodista malintencionado, madridista seguramente). El colombiano cayó con la boca ensangrentada. Le había roto el labio inferior. Los colombianos Luis Carlos Perea y Wilson Pérez se fueron a apretar al árbitro, pero ‘Barrabás’ Gómez, viejo zorro, se fue a hablarle al oído al juez y le soltó una anécdota histórica: “No lo vaya a echar, señor juez, no lo vaya a sacar del partido porque después dicen que les ganamos porque tenían solo diez. No nos vaya a hacer eso”. A lo que el árbitro uruguayo, Ernesto Filippi, tal vez con la celeste puesta, tal vez en nombre de todos los suramericanos que han padecido la arrogancia argentina, respondió como si fuera un juego de barrio:“No lo echo, está bien, pero háganles otro gol a esos hijos de puta”.

Esto parece estar pasando este fin de año con todos los jovenzuelos alcistas queriendo machacar a todos aquellos que alertan de la burbuja que se está creando. Los están machacando sin compasión. El homo ludens está aniquilando al homo sapiens de Harari.

Hay un dicho muy viejo en los mercados que dice que la Bolsa es una creación del diablo, para mostrar que el hombre, al igual que Dios, es capaz de crear algo partiendo de la nada. Estamos lejos de compartir esta sentencia, pero hay momentos como el actual, que nos hacen ponerlo en duda. El hombre siempre ha especulado, desde que bajó de los árboles, y creo que lo seguirá haciendo el día que plante sus pies en Marte o en cualquier otro planeta. Tiene un componente genético. El problema actualmente no lo tiene este tipo de inversor, sino el tradicional y conservador. Decía Kostolany: “Quien tiene mucho dinero, puede especular; quien tiene poco, no debe especular; quien no tiene nada, tiene que especular.”

Con los tipos de interés, por ejemplo, el alemán a 30 años en el -0.19%, y el diez años español al 0%, el que sea conservador sabe que va a perder consistentemente dinero estando en esos productos, lo que está “obligando” a muchos ahorradores a mirar inversiones muy lejos del umbral de riesgo que tienen marcado. Es muy duro decirle a un cliente que su máxima es no perder dinero, que es imposible dárselo sin incurrir en un desaforado riesgo de crédito o sin asumir en algún momento pérdidas considerables por fluctuaciones en bolsa, pero mayor máxima es no engañar a nuestros inversores, prometiendo rentabilidades que desenfocan totalmente nuestros objetivos previos.

El escenario con el que nos encontramos actualmente es un auténtico galimatías y un campo de minas para cualquier inversor. Las bolsas pueden estar perfectamente sobrevaloradas un 30% con parámetros normales históricos, totalmente distorsionados por tipos de interés no vistos nunca. Cualquier inversión ahora mismo solo se puede basar en una fe totalmente inamovible en que los Bancos Centrales van a estar ahí para siempre, y que las legiones de adeptos no van a flojear. No hay nada más. Contra esto solo hay que recordar lo que pasó con el Banco de Suiza cuando “prometió” que no dejaría apreciarse al franco suizo por debajo del 1.20 contra el euro en 2015, y como el mercado cayó un 35% en 10 minutos cuando se quitó, condenando al cierre de muchos fondos de inversión, y las ganancias de una vida para muchos bancos suizos que fueron “advertidos” por el Banco de Suiza con anterioridad a ese movimiento.

El principal problema que tenemos es que la capitalización bursátil a largo plazo debería aproximarse al crecimiento de los PIB, pero ese cociente que debería tender a 1, no deja de crecer, y en Estados Unidos esa capitalización ya es el 240% del PIB, valor no visto en la historia, o que el valor de las empresas sea más de 3 veces sus ventas. No es que el mercado asuma que los beneficios de 2021 en algunos países se incrementen en más de un 50%, sino que luego esperan crecimientos por encima del 20% para 2022, en un ejercicio llevado hasta el extremo de crecimiento infinito de todo. Pero lo dramático es que “acertar” en que esto no va a ser así, no significa que le vayas a ganar dinero a tus inversiones. Si alguien hubiera sabido en enero lo que iba a pasar este año con la economía y hubiera actuado en consecuencia, estaría con la mano derecha en el pecho por dentro de la chaqueta como Napoleón y con un sombrero de papel oyendo a Wagner en algún recóndito hospital serrano.

Otra muestra de la especulación desatada es lo que está pasando en las numerosas salidas a bolsa que estamos viendo estos días. Es una réplica de lo que vimos en el año 2000. Se hacen salidas no muy grandes en porcentaje de las empresas, que doblan su valoración el primer día de cotización, generando una cadena especulativa colosal.

Lo que trastorna todo esto, es que no está provocada por egoístas y oscuros especuladores, sino que está alentada por aquellos que deberían velar por la buena marcha de la economía “real”. Parece que, como muchos escritores a través de sus libros, prefieren vivir la vida de sus personajes que la suya real. Si Thomas Mann no puede asumir su homosexualidad, vive a través de su Gustav von Aschenbach de Muerte en Venecia. No puedo cambiar los despidos empresariales, pero sí puedo mantener artificialmente los precios de los activos y parecer que vivimos en un paraíso en la Tierra. Todo esto estaría bien, si la historia no nos hubiera demostrado como terminan estas cosas. No hay nada más descorazonador que el esfuerzo que supone para un trabajador normal hacer crecer en un euro su cuenta de ahorros, comparado con el esfuerzo nulo que supone a un Banco Central crear millones de euros dándole a una tecla.

Por otro lado, tampoco podemos dejar a un lado la lección aprendida este año sobre el comportamiento humano. Tras la depresión bursátil, en la que muchos acabaron asqueados de las acciones y la Bolsa, han llegado nuevos tiempos en los que se han olvidado las heridas del pasado y vuelve la atracción por la Bolsa, que llama a la gente como la luz a los mosquitos. Y si no lo hace por su propia fuerza, ya se encargan la industria bursátil y los medios de comunicación de ello. Pasamos de una noche de resaca en la que juramos no volver a tomar una copa, al derroche de botellas de champán en Pachá Ibiza. El gestor actual que gestiona el equilibrio de las cosas está condenado a que su cabeza gire como la de la niña del exorcista.

El principal problema que nos podemos encontrar como gestores es la falta de paciencia, y realizar operaciones que no responden a nuestros criterios, simplemente por el afán de no perderte movimientos y quedarte atrás. Decía Kostolany que nunca hay que correr detrás de un tranvía o una acción. La próxima llega con toda seguridad.  También decía que un inversionista pierde la capacidad de raciocinio cuando gana los primeros diez mil dólares. A partir de entonces, se convierte en un pelele fácilmente manipulable. Dudo que haya más de un 10% de los que están comprando Palantir, que sepa qué es lo que hace la empresa.

En definitiva, que los movimientos en Bolsa son siempre caprichosos y volubles y que la mejor forma de afrontarlos es dejar los apasionamientos de las masas un poco apartados. No es un axioma que las acciones buenas suban y las malas bajen, y tampoco lo es que las acciones suban cuando la economía va bien, y que bajen cuando lo hace mal. De hecho, el único axioma que suele funcionar bien al alza es un mercado optimista con un banquero central pesimista. No se fíen de que una recuperación económica vaya a ser acompañada de una subida mayor de la bolsa.

Al final, la bolsa se reduce a una máxima: si hay más papel que tontos, o más tontos que papel.

Buena semana,

Julio López Díaz, 10 de diciembre de 2020

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