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Los jinetes alados

Julio López 6 Oct 2021

En 1680 los otomanos estuvieron a punto de tomar Viena. Lo impidió la llegada del rey de Polonia, Jan Sobieski, que venció a las fuerzas otomanas en Khalenberg, gracias a sus míticos jinetes alados. Los jinetes alados eran la élite del ejército polaco, una caballería pesada cuya carga resultaba irresistible. Su nombre se debe a que cada jinete llevaba ensamblados en la parte posterior de su silla de montar dos listones verticales, que adornaban con grandes cantidades de plumas. De este modo parecían alas que salían de la espalda del jinete. La razón de tal adorno no era decorativa, sino psicológica, al cargar a gran velocidad, el viento atravesaba las plumas y generaba un sonido potente y vibrante que, multiplicado por cientos o miles de jinetes, producía un atronador zumbido que provocaba el pánico entre los enemigos.

Todo ese zumbido atronador parece que ha dejado de oírse y ahora nos encontramos una situación en la que la bajada de la marea de los paquetes estratosféricos tanto fiscales como monetarios, empieza a descubrir alguna que otra vergüenza. Parece que todos esos problemas que permanecían latentes empiezan a estallar de forma descontrolada. La inflación “momentánea” empieza a extenderse como una mancha de aceite imparable en algunos casos, pero totalmente volcánica en otros. Se acumulan los frentes abiertos y en esta ocasión, el martillo sanador de los Bancos Centrales no va a poder volver a meter el clavo hasta el fondo. Llevamos diez años estimulando una demanda que nunca era suficiente, pero cuando la enfermedad la tenemos en la oferta, no se puede aplicar la misma retahíla de pastillas que hasta ahora. Cuando tenemos una oferta inelástica, cualquier ayuda a la demanda solo consigue subir precios. Cualquier buena intención tendrá su justo castigo. Queríamos ser verdes y super comprometidos, pero el choque contra la realidad está siendo brutal. Queríamos tener los poderosos abdominales de Cristiano Ronaldo, pero sin renunciar a la cervecita y la hamburguesa. Lou Marinoff nos pedía más Platón y menos Prozac, pero el exceso de idealismo nos ha dejado como al coyote del correcaminos corriendo en el aire. Estamos comprobando en carne viva el viejo adagio: Toda acción tiene su reacción. Estamos metidos en una política de eslóganes y de anestesia del dolor, que cada decisión que se toma no tiene en cuenta las consecuencias que deriva. Nos meten en medio de mareas que parecen acunarnos suavemente en un primer momento, pero que cuando se ponen bravas, nos impiden alcanzar la costa. Una buena intención (las inversiones responsables, que respetan el medio ambiente y la sostenibilidad) tiene un lado tenebroso que estamos empezando a vislumbrar ahora. Hemos penalizado a las empresas que producían energías fósiles sin caer en la cuenta de que la transición a esa producción de energías limpias, no se hace de un día para otro. Hemos querido ser más papistas que el Papa, y ahora estamos pagando la limitación de oferta de gas. Los políticos para perpetuarse en el poder, que es su único objetivo, nos venden continuamente “opciones gratuitas”. En un ejercicio permanente de tratar a los ciudadanos como niños. ¡Pues claro que el hacer una transición energética supone (al menos a corto plazo) unos mayores costes que tenemos que pagar entre todos! China ha empezado a racionar la electricidad a las empresas que necesitan energía, debido a la escasez de suministros de carbón, provocada por el aumento de los controles de seguridad en las minas chinas que ha reducido la producción a niveles inferiores a los de hace un año. Como además Pekín fija los precios de la electricidad, las centrales eléctricas no han podido funcionar económicamente con unos costes tan elevados (todavía reprimes más la oferta).

Si profundizamos un poco más, tampoco encontramos un efecto paliativo. La subida de precios se debe a que la demanda por el crecimiento se está disparando. Tenemos el precio del petróleo en máximo de 7 años, con el transporte aéreo al 60% de las cifras de hace dos años, y con el índice de sorpresas económicas que lleva dos meses a la baja. El carbón ha pasado de los 50 dólares a los 240, y si están siguiendo la locura del gas natural pueden ver como solo en los dos últimos días ha subido un 50%.

Las cosas parece que siguen mal a lo largo de la cadena de suministros, rota el año pasado con el COVID. Esto hace que la decisión más importante ahora mismo de una empresa sea la gestión de inventarios. El problema es que la volatilidad y la incertidumbre terminará también repercutiendo en la demanda, que en muchos casos se encontrará entre la espada y la pared, de aceptar precios elevados o quedarse sin existencias. En la teoría económica clásica, esto debería atraer a nuevos oferentes al mercado en busca de esos beneficios, y a medio plazo deberían corregir estos excesos. Pero ¿queda algo de la economía clásica? Hemos financializado tanto la economía que tengo dudas de que esto pueda aplicarse. ¡Mucho mejor hacer recompras de acciones que hacer inversiones reales! Al fin y al cabo, tiene un beneficio inmediato sobre mis stock options y las inversiones a saber cuándo empiezan a rentar.

Empieza a dibujarse un cuadro aterrador para los inversores. En el último año, el bazooka de los Bancos Centrales, las recompras de las empresas y la llegada de un inversor minorista defendiéndose de los tipos de interés negativos, ha llevado a las acciones a unas valoraciones sumamente elevadas y difíciles de justificar. A esto le unimos que la renta fija puede estar en una situación incluso peor. Un dato, los inversores del bono austriaco a 100 años, llevan perdido un 35% desde comienzos de año, y eso que el bono “sólo” ha pasado de pagar un 0.4% a pagar un 1%. Los efectos de la duración son brutales en el precio de los bonos. Si a eso sumamos que se han vuelto locos en las bajas rentabilidades, de los antiguamente llamados bonos basura, y la posibilidad de impago, incluso de los intereses, en otros bonos internacionales (lo estamos viendo con los promotores de viviendas chinos) no parece que vayan a funcionar de refugio en un mudo que puede caminar hacia la estanflación.

Desde el punto de vista de análisis técnico, la visión también es muy peligrosa. El super ciclo alcista que hemos vivido puede estar alcanzando su techo y empezar a girar. En un mundo solo acostumbrado a las alzas permanentes, en el que muchos inversores actuales solo han vivido un lado, puede desembocar en un movimiento vendedor más agresivo del que nos podamos imaginar. A corto plazo podemos tener una ligera parada en los soportes de las medias de 200 días que están divisando ya en la lontananza la mayoría de los índices, pero su pérdida nos haría saltar todas las alarmas.

Tampoco ayudará la polémica muy viva que estamos viendo sobre el papel totalmente corrupto de los miembros de la Reserva Federal, y de sus prácticas por cuenta propia en los mercados financieros, apoyados en el uso de información privilegiada. Algunos lo pintan con el eufemismo de “éticamente cuestionables”, cuando en mi opinión, no cabe la más mínima duda de ser una práctica totalmente fraudulenta. De momento, le ha costado la dimisión a dos miembros de la FED (curiosamente los más hawkish), pero debe alcanzar también a su máxima cabeza. Un tercero, Mr. Clarida movió entre $1 millón y $5 millones el 27 de febrero de 2020, el día antes de que Powell hiciera una declaración de posible rebaja de tipos de interés debido a la preocupación que había sobre la pandemia. La pérdida de credibilidad de la FED puede ser la puntilla a todo.

Ya dirán que ha vuelto a salir Pedro el del lobo, pero la precaución en las inversiones debe ser la nota dominante en los próximos meses.

Buena semana,

Julio López Díaz, 06 de octubre de 2021

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