Caso Enron
En noviembre de 2001, Alan Greenspan recibió un prestigioso premio añadiendo su nombre a un cuadro de honor que incluía a Gorbachov, Colin Powell y Nelson Mandela. El galardón era el premio Enron por servicios públicos distinguidos. El 2 de diciembre, justo dos semanas después de recibir el premio, la empresa se declaró en bancarrota. Alrededor de las tres cuartas partes de los 6.6 millones de dólares (el equivalente ahora a cuarto de ático en el barrio de Salamanca) fueron a parar al Partido Republicano. El senador Phil Gramm fue el segundo destinatario en importancia de las contribuciones electorales de Enron en 1996, además de un firme defensor de la desregulación energética en California. Pocos años antes, Sadam Hussein había sido honrado otorgándole las llaves de la ciudad de Detroit por su contribución a la paz.
La verdad es que todas las ceremonias de premios o las peroratas lanzadas por los políticos siempre me han causado dentera y se me ha hecho bola aparte de que me producen una desconfianza atávica que busca siempre los tres pies al gato. Le atribuyen falsamente sa Churchill la famosa frase de “si no eres revolucionario a los 20 años no tienes corazón, y si lo sigues siendo a los 40 es que no tienes cabeza”. Yo parezco seguir una deriva distinta y con los años estoy empezando a abrazar el anarquismo más furibundo, y oír a alguien dando soflamas moralistas y de cómo debemos comportarnos, me produce los mismo eczemas en la piel que andar cerca del Bernabéu sin haber tomado la medicación. En los últimos tiempos tenemos ejemplos claros. Tenemos a un defensor a ultranza del ecologismo que coge el Falcon para ir a por churros, un defensor del feminismo por la mañana y putero al anochecer, un predicador de la austeridad de los incrementos salariales que no afectan cuando se trata de su propio sueldo, o un controlador de las infracciones de tráfico que va hasta la coronilla de cocaína pilotando un helicóptero. Haz lo que digo y no lo que hago parece ser la máxima de actuación. Las leyes son para vosotros no para nosotros parecen decir desde el poder. Todo esto bajo nuestro sesgo del espectador, que nos inclina a abdicar de la responsabilidad cuando formamos parte de una multitud, y permitimos que nos traten como acémilas y nos descarguen golpes sin intentar defendernos. Otro ejemplo es el tema de Ferrovial. Yo creía que la Unión Europea se basaba en la libre circulación de trabajadores, capitales y empresas, pero una vez más parece ser que no leemos lo que firmamos en los Tratados y nos escandalizamos. No debemos olvidar que en la vigente ley española es posible adquirir la residencia española simplemente adquiriendo un inmueble por valor de 500.000 euros y esa llegada de capitales está fomentada por los poderes públicos y también sigue vigente la Golden Visa para aquellos extranjeros que realicen inversiones significativas de capital, esa misma que están suprimiendo ahora en Portugal tras ver que el portugués ya solo se habla en pueblos del Alentejo, y los aborígenes no pueden permitirse vivir en Lisboa. Todos los problemas suelen provenir de decisiones ampliamente aplaudidas en el pasado y que no pensaron mucho en las consecuencias en el futuro.
Si las nuevas generaciones de políticos (así, a lo antiguo, sin declinar hasta el infinito con las vocales) hubieran leído algo de historia en lugar de parecer alienígenas llegados a un nuevo mundo, verían que los problemas suelen al menos rimar y siguen sin resolverse, y tropezamos siempre en la misma piedra.
Jared Diamond aporta argumentos científicos para quienes argumentan que nada bueno ha sucedido en los gobiernos en 13.000 años. Para Diamond, el paso de la sociedad de cazadores recolectores a la sociedad sedentaria, compleja y organizada en Estados supones el tránsito de la igualdad a la cleptocracia. Todas las civilizaciones se basan en la corrupción y el dominio de una élite sobre el pueblo explotado, te tal modo que nunca ha habido diferencias entre democracias y tiranías. Si acaso la distinción es de grado, no de concepto.
Avanzando en el tiempo, la democracia ateniense constituyo una bonita ruptura con este sistema (aunque solo votaran los ciudadanos con tierras y no los esclavos). Como remarca Irene Vallejo,” los razonamientos enunciados y escuchados sustituyeron a los imperativos del gobernante por derecho divino”. Tal como sus creadores lo soñaron, se acudía al ágora a debatir, no a recibir órdenes, admirar el poderío del soberano ni a servir de mesa al demagogo. A cambio, existía la obligación de hablar claramente y las ambigüedades eran consideradas un defecto moral. Miren la situación de nuestro Parlamento 2.500 años después y la gran “volatilidad” de sus votaciones por partidos, en el que el que discrepa es sistemáticamente multado.
Quousque tándem abutere, Catilina, patientia nostra, declamaba Cicerón contra el corrupto Catilina que planeaba acabar con la República romana y hacerse con el poder absoluto. Estuvo a punto de conseguirlo, y su máxima ¿saben cuál era?, la anulación de las deudas y la persecución de los ricos (de los que era miembro por otra parte) al tiempo que daba los puestos de responsabilidad a sus amigos. Nada ni nadie parecía poder parale y hacia acopio de un narcisismo desbordante nos cuenta el propio Cicerón. El filósofo salvo este primer match ball contra el poder, pero la segunda vez que volvió a enfrentarse a las autoridades (las Filípicas contra Marco Antonio) le costó la vida y que su cabeza y sus manos fueran expuestas en una plaza de Roma (sin el resto del cuerpo), con la lengua atravesada por las horquillas doradas de la mujer de Antonio como advertencia. Como ven parece que la paciencia sigue siendo una virtud de los ciudadanos que sigue plenamente vigente.
Plutarco y Juvenal fueron coetáneos. El primero, en uno de sus ensayos nos previno del peligro que representan los gobernantes obcecados en alimentar los rencores de su pueblo como fuente de poder y privilegio. La política es el arte de sustraer al odio su carácter eterno escribía. El segundo nos dejó la famosa frase “¿quién vigila al vigilante?
Los padres de la democracia norteamericana se dieron cuenta de que un sistema político no podía depender de la virtud de sus ciudadanos para sobrevivir. La fortaleza de la democracia estadounidense reside en que fue concebida por personas que no creían en la virtud ni en la buena voluntad. Por eso Alexander Hamilton, en sus papeles federalistas propuso una relojería compleja de pesos y contrapesos que permitieran a la democracia funcionar y renovarse incluso aunque los ciudadanos y políticos no quisieran. Tal vez porque habían leído bien a Shakespeare y sabían que la envidia y la ambición son motores más poderosos que el bien común, por eso diseñaron un sistema que funcionaba al margen del comportamiento de los ciudadanos, y que Montesquieu había resumido previamente con su separación de poderes.
Parafraseando a Tip y Coll… y la semana que viene hablaremos de los mercados.
Buena semana,
Julio López Díaz, 09 de marzo de 2023