Área personal

Albert Lebrun

Julio López 1 Feb 2017

Albert Lebrun fue el último presidente de la Tercera República Francesa, justo antes de la II Guerra Mundial, pero no tuvo un inicio de carrera muy esplendoroso pues fue expulsado del cuerpo de funcionarios del Estado por culpa de una contestación ingeniosa. Un inspector visitaba la oficina donde trabajaba Lebrun y preguntó a uno de los funcionarios: “¿Cuál es su misión aquí?”. – “Corregir los errores, señor”. El inspector preguntó después a Lebrun, que ocupaba la mesa inmediata: “¿Y la suya?”. – “Cometer errores, para que mi compañero tenga trabajo”. Y aquella contestación le costó el cese.

Una de las cosas más curiosas de los políticos, es utilizar de forma absoluta y unívoca conceptos económicos que distan mucho de tener un significado tan inapelable. Hay conceptos que suelen tener los dos lados de la moneda, y lo que esconden son grupos que se favorecen y, por el contrario, otros que salen perjudicados. Lo hemos comprobado con el término globalización. La deslocalización de las industrias del mundo occidental favoreció claramente a la cuenta de resultados de las empresas multinacionales y al mundo laboral de los países emergentes. Los perjudicados han sido los asalariados occidentales con menos formación, que han visto como les comparaban fácilmente con otros trabajadores que partían de unas rentas salariales del inframundo para nuestra percepción europea.  En Occidente no dejamos de leer informes hablando de la desigualdad en el reparto de la riqueza. A nivel mundial, lo que nos dice es que hay menos porcentaje de gente en la miseria que nunca en la historia y que en muchos países anteriormente subdesarrollados se ha formado una clase media anteriormente inexistente. El término opuesto es el que tenemos en los titulares estos días: el proteccionismo. Es el intento de recuperar la situación anterior. Se defiende como un intento de proteger la industria local frente a la competencia exterior, y curiosamente ha sido el centro de la campaña presidencial americana en un momento en que las tasas de desempleo se encuentran por debajo del 5%.  Pero si se impone el proteccionismo, ¿realmente gana el país que lo implanta? Pues la realidad deja bastante en evidencia a sus defensores a ultranza.  Obviamente se benefician  algunas empresas del país (generalmente aquellas ineficientes que en circunstancias normales de mercado no pueden competir) pero pierden el grueso de los consumidores del país que se ven obligados a pagar precios más altos por los mismos productos u optar por productos de peor calidad, y claramente el efecto neto es perdedor para el conjunto de los ciudadanos. Por poner cifras gordas, el consumo representa el 70% del PIB americano, frente a un 3% del déficit de la balanza comercial. Ustedes mismos. No hay muchos estudios sobre esta materia que sean capaces de cuantificar los dos efectos, pero hay uno de Hufbauer un poco antiguo (de 1986) en el que las cifras que se manejaban eran que cada 100.000 dólares pagados en salarios en puestos de trabajo protegidos, representaban 500.000 dólares de mayor coste para los consumidores, disparándose en sectores como el carbón, el acero y el químico, que son sectores tradicionalmente intensivos en manos de obra y que dudo que se quieran recuperar masivamente.

Otro concepto es el de la inflación. A los alemanes no se lo puedes nombrar, pero para los japoneses es como el tío que vuelve de América. Si tienes tu salario ligado a la inflación (pensionistas o funcionarios) estás protegido, pero si no, tu pérdida de poder adquisitivo es letal. Para los capitalistas y hombres de negocios es adorable y el motor del progreso, el perejil de todas las salsas. El que está endeudado tiene que hacer un esfuerzo menor para pagar sus deudas. El ahorrador puede ver como se volatiliza el dinero.

Con los tipos de interés tenemos el mismo caso. Si los tipos están bajos, favorece a las empresas endeudadas y a los gobiernos, mientras el personal que ha ido rellenando la hucha por precaución o para consumir en un futuro sale trasquilado, y ve como para tener una renta digna de jubilación, tiene que “apilar” más dinero y consumir menos, porque si no, no le va a llegar. Unos dirán que se favorece a los emprendedores frente a los rentistas, y los otros, que es una incautación o robo de su dinero. Siempre habrá opiniones para todos los gustos, y un sesudo informe encargado por alguien interesado, reclamando la bondad de una u otra forma de ver las cosas.

En cualquier elección económica hay ganadores y perdedores. Una de las cosas que poca gente comenta de la actuación de los Bancos Centrales es que ha provocado la caída del precio del factor capital, lo que repercute negativamente en el otro factor, el trabajo, fomentando la inversión en tecnología.

Muchas de estas dos-caras que se nos presentan en la vida, nos pasan totalmente inadvertidas y hasta que no nos presentan el reverso no nos damos ni cuenta de lo que defendemos. Vamos a poner un caso. Usted, joven recién licenciado, vive en Malasaña con su pareja en su piso alquilado y decorado de forma meticulosa. Con sus primeros ahorros, decide realizar un viaje a una ciudad europea. Va con amigos, y entre las distintas opciones elige alquilar un apartamento en París con Airbnb. Es una solución mucho más barata que coger varias habitaciones de hotel. Todo magnífico. Es usted un firme defensor de este tipo de empresas, que dan un servicio estupendo y no esa cosa antigua de los hoteles. Nada que objetar. Todos estamos encantados con esta operativa. Pasan dos años, y está encantado en su pisito de Malasaña por el que paga 700 euritos. Va a renovar el contrato, pero el casero se descuelga con que le tiene usted que pagar 1.100 euritos por permanecer en él. ¿Cómo?-le pregunta usted ofendido. Muy sencillo, Airbnb me ofrece 1.500 euros por el mismo apartamento para alquilárselo a jóvenes de París que vienen a Madrid, pero se lo deja a ese precio porque es usted un tío majete que le cae bien. Y repetiremos lo acontecido en Londres, y veremos a “los gatos” yendo a vivir a Montejo de la Sierra.

Lo veremos a no mucho tardar con Amazon. Servicio magnífico y baratísimo. Es tan barato que después de casi veintitrés años funcionando “sólo” gana 2.400 millones de dólares. Su capitalización es de 391.000 millones. Lo único que justifica esas valoraciones es la creencia de que se convertirá en un monopolio, y ya veremos si entonces los precios para sus clientes son los mismos.

En conclusión, de todo este mejunje, recuerden la mítica frase de L.A. Confidential: “No te puedes fiar de los gobiernos. En cuanto te descuidas se ponen de parte de la ley”.

Buena semana,

Julio López Díaz, 01 de febrero de 2017

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