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Los Hermanos Wright

Los hermanos Wright

Julio López 5 Dic 2017

Hace muchos años, un obispo de la costa Este americana fue invitado por el rector de una facultad a una cena con otros miembros de la universidad. Según el obispo, ya se había descubierto todo en el terreno de la naturaleza y se habían hecho todos los inventos posibles. El rector, con toda cortesía, mostró su desacuerdo y dijo que, en su opinión, la humanidad se encontraba en los umbrales de una nueva era de grandes descubrimientos. El obispo desafió al rector a que mencionara uno de ellos, y el rector dijo que tenía la esperanza de que en el plazo de cincuenta años, más o menos, los humanos pudieran volar. Aquello le produjo al obispo un ataque de risa.”¡Qué tontería, mi querido amigo!”  -exclamó. “Si Dios hubiera querido que los humanos voláramos, nos habría dado alas. El volar está reservado a las aves y a los ángeles”. El obispo se apellidaba Wright y tenía dos hijos llamados Orville y Wilbur que fueron los inventores del aeroplano.

Siempre que acaba un año, echamos un poco la vista atrás para ver qué ha sucedido e intentar buscar una justificación a todo aquello que ha acontecido. Siempre llegamos a una doble conclusión. Hay cosas que parecen no cambiar, y otras que lo han hecho como si no hubiera habido nunca un pasado anterior distinto, que si nos hubieran dibujado su existencia, responderíamos de la misma forma que el obispo recalcando su imposibilidad. La economía no es algo diferencial. Si nos vamos con la nave del tiempo al año 2008, vemos que las cosas no han cambiado mucho en algunos aspectos. Los desequilibrios de entonces no han variado un ápice. Por aquel entonces, los problemas básicos eran el alto endeudamiento global, que los americanos consumían por encima de sus posibilidades, que los alemanes no hacían más que ahorrar y eso perjudicaba a la economía mundial, y que los chinos tendrían que transformar su crecimiento en infraestructuras, en una economía que se centrara más en el consumo personal. Nada de esto ha cambiado; todo lo contrario, se han acrecentado esos problemas. Estados Unidos parece que va viento en popa a toda vela, no corta el mar sino vuela. Su Producto Interior Bruto ha pasado de 14.72 billones de dólares (europeos) a crecer hasta los 18.57 billones. Pero en ese movimiento, su deuda pública sobre PIB ha crecido en casi 11 billones de dólares, pasando del 73.64% sobre PIB al 107% actual. Sigue con una balanza comercial negativa de 720.000 millones de dólares y su tasa de ahorro está en su punto más bajo de los últimos seis años. Es decir, para crecer 3.85 billones de dólares se han endeudado en esos 11 billones. Por cada dólar que crece, se endeudan en 2.85 dólares. ¡Fantástico! ¿A quién le importa la deuda, verdad? Ellos pueden seguir gastando, que hay alguien que se lo financia sin problemas y a tipos bajitos. Siempre puede argumentarse, no obstante, que la rentabilidad de las inversiones es superior al coste de la deuda y seguir así hasta el infinito.

Los alemanes, lo contrario. Siguen erre con erre los tíos, venga a tener superávits. Las criaturas se acercan ya a los 300.000 millones de euros de superávit comercial anual, alrededor del 8,1% de su PIB. Si lo comparamos con el año 2008, vemos que el PIB en dólares está todavía un poco más bajo en la actualidad que entonces (el fortalecimiento del dólar tiene mucho que ver), pero el endeudamiento no ha seguido el mismo camino, por ese efecto comercial tan beneficioso. De un 65% sobre PIB en 2008, ha pasado a apenas un 68% en 2016. Cada alemán debe 25.846 euros de su deuda pública. Cada americano ha pasado de deber 24.200 euros a deber 55.786 euros. El caso español tiene sus propias características, todavía estamos con un PIB en dólares por debajo de 2008 y hemos pasado de un endeudamiento público del 39.5% al 100%, y debemos por cabeza lo mismo que un alemán (con la diferencia, que nosotros seguimos aumentando el déficit) y en cuanto crecemos un poco, volvemos a disparar las importaciones, que lastran y no suman como el caso alemán. Como paradigma, tenemos la decisión de esta semana de endeudarse en 16.000 millones de euros para pagar un gasto corriente, como son las pensiones. El dicho político más utilizado es el Carpe Diem, como si el tema de las pensiones se fuera a arreglar en los próximos años porque vaya a haber menos pensionistas. La mejor solución es que lo solucione el siguiente.

Todo esto viene a cuento de la diferencia de comportamiento tan brutal que estamos teniendo desde mayo, pero que se ha disparado el último mes, entre el de las bolsas europeas y las bolsas americanas, siendo el principal soporte del movimiento la tan esperada (y varias veces descontada, siempre de forma positiva) rebaja impositiva americana. Todo el mundo parece apreciar el efecto positivo sobre la economía y menosprecia sus consecuencias futuras en términos de deuda, y los efectos teóricamente negativos en tipos de interés. Siempre recuerdo al genial Quevedo cuando decía “Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”. La deuda, de ser un factor capital en la marcha de las bolsas, ha pasado a ser inapreciable, justo ahora que no paramos de marcar máximo tras máximo. Igualmente podemos pensar del sector financiero. De ser la causa de tantas desdichas en la gran crisis que motivó cantidades ingentes de dinero público para su rescate, tanto en Europa como al otro lado del Atlántico, por su famoso “demasiado grande para caer” y por su laxa regulación, hemos pasado a volver a darle la vuelta y favorecer nuevamente su desregulación. La primera intervención del próximo chairman de la FED, la semana pasada, ya ha dado una pista sobre de qué pie cojea. Desde entonces, los bancos han subido un 10% en bolsa. Ahora todos los días, a la apertura de los mercados tenemos un nuevo Twitter de Donald Trump hablando de las oportunidades que hay invirtiendo en Bolsa gracias a él. El mismo Donald Trump que un 30% más abajo decía que los mercados estaban en plena burbuja y manipulados por los demócratas. Ya me gustaría tener la capacidad del presidente americano para contradecirme a mí mismo sin sonrojarme continuamente.

Luego, están las cosas que han cambiado drásticamente. Una de las cosas que han cambiado favorablemente en la educación, es que haya empezado a impartirse economía a partir de la ESO, y no tener que llegar a la universidad para tener unas nociones básicas de la misma. Otra cosa diferente es tener que explicar a tu hija que “el libro está mal”. Uno de los primeros conceptos que empiezan a manejar es el de tipo de interés, que en el libro define como el precio que recibe alguien por retrasar su consumo actual a un consumo futuro.  Cuando a mi hija de cuarto de la ESO le digo que los cinco euros que me dejó para pagar el pan en la gasolinera, se convierten en que le devuelvo cuatro la semana siguiente no se queda muy convencida. ¡Papá, que te dejé cinco euros y me devuelves cuatro! A lo que claramente respondo que se los pida a Draghi, que es un señor italiano muy listo, que es el que tiene el euro que falta.

Ya cuando le explico lo del quantitative easing, me parezco a Tamariz cuando hace un truco de magia. “O sea que una parte del Estado le presta dinero a otra parte del Estado para que se lo gaste sin tener que haber trabajado antes, como si tuviera dinero de un millón de cajas del Monopoly”.  Aquí es donde empiezan las dudas y tienes que valorar si merece más la pena que tu hija aprenda cosas o que suspenda el examen…

También ha cambiado la relación entre nivel de desempleo y el nivel de precios, lo que se llamaba la Curva de Philips. Teóricamente, llegado a un nivel de pleno empleo, habría un desplazamiento en la curva de los salarios hacia arriba. Si todo el mundo está trabajando, para poder contratar a un nuevo empleado, debería tener que pagarle más. Y esto no está sucediendo, y es lo que está volviendo locos a todos los dirigentes monetarios del mundo. Los salarios siguen sin crecer, y los trabajadores son precio aceptante de las condiciones económicas de sus empleadores. El porcentaje de salarios sobre PIB sigue en mínimos de cuarenta años, y la recuperación económica no es tan “densa” como debería. Para explicar esto tenemos opiniones de todos los gustos. Algunos hablan de la baja sindicación, que hace que disminuya el poder de negociación de los trabajadores, otros que la dispersión de beneficios de las empresas es más grande que nunca, y las empresas que realmente emplean a gente (pymes la mayor parte) van con el agua al cuello y no pueden permitirse subir salarios. Otros se fijan en los 2.800.000 chinos que salen de las universidades de ingeniería todos los años. Un mix de globalización y competencia tecnológica.

El último tablero del juego que ha cambiado ha sido la relación entre cantidad de deuda y tipos de interés. La manipulación de los Bancos Centrales ha permitido que la demanda de tipos de interés fuera bajando a medida que aumentaba la deuda. ¿Hasta cuándo?


Como decía Mike Tyson, “Todo el mundo tiene un plan…hasta que te parten la cara”.

Buena semana,

 

Julio López Díaz, 05 de diciembre de 2017

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