Área personal

Radiactividad

Julio López 24 Oct 2022

En 1896 Henri Becquerel dejó despreocupadamente un paquete de sales de uranio en un cajón, encima de una placa fotográfica enrollada. Cuando sacó la placa algún tiempo después, se quedó sorprendido al ver que las sales habían dejado una impresión en ella, exactamente igual que si la placa se hubiese expuesto a la luz. Las sales emitían algún tipo de rayos. Becquerel, dándose cuenta de la importancia de lo que había descubierto, hizo una cosa extraña: trasladó el problema a una estudiante polaca recién emigrada llamada Marie Curie. Curie, descubrió trabajando con su marido, que ciertos tipos de piedras desprendían unas cantidades extraordinarias y constantes de energía, pero sin disminuir de tamaño ni modificarse de forma apreciable. Lo que no sabían, es que aquellas piedras estaban transformando la masa en energía con una eficacia extraordinaria. Denominó a ese fenómeno radiactividad.

Es un fenómeno antiguo, pero algunos lo están empezando a sentir ahora.

Muchos titulares de prensa de la última década describieron a los Bancos Centrales como una suerte de superhéroes modernos que habían salvado al planeta de su segura destrucción. Pero La Guerra de las Galaxias, también nos confirmó que tras la fuerza había un reverso tenebroso, como bien sufrió Anakin Skaywalker al transformarse en el oscuro Darth Vader. Esa fuerza de lo oscuro, la estamos empezando a ver, aunque todavía nadie lo está viendo. Todo empezó el 9 de septiembre (Santa María de la Cabeza) con una carta del presidente del Banco Central de los Países Bajos a su ministro de Economía, en la que advertía de las cuantiosas pérdidas que iba a suponer para su Banco Central la subida de tipos de interés. Como saben, la mayoría de los Bancos Centrales son de titularidad pública y no cotizan en Bolsa, pero hay excepciones. El Banco Central de Bélgica sí lo hace (tiene accionistas privados) así como el Banco Nacional Suizo. En el caso del último de ellos, lleva caído en bolsa un 50% desde comienzos del año, y en el caso del primero asistimos a una caída del 50% en su cotización el día que se publicó dicha carta. La razón es muy simple, si aplicáramos los mismos criterios contables que a un banco comercial normal estarían quebrados. No tienen suficiente capital ahora mismo para cubrir las pérdidas a precios de mercado de sus activos.

Volvamos al comienzo de la crisis de 2008. Aparte de bajar los tipos de interés, los Bancos Centrales tiraron del famoso Quantitative Easing, que ya saben que aumentaban de forma estratosférica sus balances comprando todo tipo de bonos públicos y finalmente privados. Estos bonos entraron en el activo del balance, y el pasivo quedó reflejado en la partida de reservas. En los primeros años, con los tipos en negativo o a cero no tenían problemas. Los activos comprados tenían un cupón que era un beneficio para los Bancos Centrales al no remunerar las reservas bancarias. El problema ha venido en los dos últimos años, cuando las compras de bonos ya se hicieron a tipos en negativo (pérdida) y se ha disparado en el momento en que empiezan a tener que remunerar esa ingente cantidad de reservas a tipos en positivo. En el año 2015, las reservas bancarias en la eurozona eran de 235.000 millones de euros. En septiembre de este año son de 4.000.000 millones de euros (15 veces más). Eso indica que cada punto de tipo de interés de diferencial entre la remuneración de esas reservas y lo que obtienen por los bonos comprados, supone una pérdida anual de 40.000 millones de euros. Hagan el cálculo ustedes mismos si los tipos se van al 4% o por encima.

¿Y no pueden reducirse esas reservas bancarias? Para reducir ese pasivo del Banco Central debe reducirse también el activo en la misma proporción (es lo contrario al Quantitative Easing). El problema es que ese activo está formado por bonos comprados a precios altísimos y su venta al mercado supondría reconocer una pérdida que no tengo muy claro que estén dispuesto a reconocer y además esa oleada de ventas haría entrar en pánico a cualquier titular de un bono de renta fija. Además, no tienen capital suficiente para afrontar las pérdidas como ya hemos comentado, con lo que, tendrían que recapitalizarlos los Estados (que habían encontrado su salvación anterior precisamente en los Bancos Centrales, que pasarían a convertirse en una réplica de las Cajas de Ahorros, a los que habría que mandar dinero de los contribuyentes una vez más). Los Bancos Centrales convertidos en La Estrella de la Muerte del Emperador.

¿Se puede evitar que los contribuyentes no tengan que sufrir el pago de esa recapitalización? Pues sí, pero alguien tendría que pagarlo. ¿Quién? Los bancos comerciales ¿Cómo? No remunerando esas reservas. A fin de cuentas, no es ningún activo de riesgo para los bancos privados depositar ese dinero en el ECB. De hecho, en Estados Unidos, los pagos por intereses sobre reservas permanecieron prohibidos por ley hasta ese año 2008, mientras en Europa la remuneración de las reservas ha sido una práctica común desde la introducción del euro.

En resumen, que si la principal medida para luchar contra la inflación es la subida de tipos de interés, el desbarajuste que puede crear en el balance de los Bancos Centrales y por tanto en las cuentas públicas es de aúpa. Claro, que siempre habrá un premio Nobel que puede alegar que la misión fundamental de dichos Bancos centrales es velar por la aplicación de una correcta política monetaria y no fijarse en su cuenta de resultados…

Debemos de recordar que la remuneración se hace por el exceso de reservas legales (ahora mismo la legal se encuentra en el 1% después de haber sido rebajada en el año 2012 desde el 2%), por lo que, otra medida podría ser volver a elevar el coeficiente obligatorio de reservas, que los bancos privados siempre han considerado como un impuesto encubierto.

Mientras este cadáver permanece escondido en el armario, la capacidad multiplicadora de crear dinero se mantiene parada, y son los propios gobiernos los que quieren asumir ellos mismos el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. La receta es simple: seguir gastando, cubriendo cualquier grieta que salga en la pared con un poco de yeso. No hay nada que no se pueda arreglar con más gasto público. Para la lucha contra la inflación aplicamos medidas para incrementar la demanda… alucinante. Prometer cualquier cosa con tal de obtener el voto en las siguientes elecciones. Y lo estamos viendo a lo largo del orbe con independencia del signo político del Gobierno que esté al frente. Igual que en los mercados financieros muchos instrumentos derivados se consideran armas de destrucción masiva, los gobiernos están asumiendo compromisos que no figuran en sus balances (como forma de deuda) pero que pueden aparecer de forma abrupta y desordenada como es el caso de los avales para empresas, que pasarán de la nada, a la pérdida directa sin darnos cuenta. Por no hablar de las previsiones sobre pensiones o gastos de sanidad, que todo el mundo sabe que no pararán de subir pero que todavía no se recogen en las cifras actuales.

Como decía el mago Charles Ponzi “No importa que seas insolvente si nadie ve que lo eres”.

Buena semana,

Julio López Díaz, 24 de octubre de 2022

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