Área personal

Johann Sebastian Bach

Julio López Diaz 4 Abr 2018

Tal vez no sea sorprendente que el padre de Johann Sebastian Bach fuera músico, puesto que en la Alemania rural los hijos solían continuar la profesión de los padres. En cambio, llama la atención que también fueran músicos su abuelo, su bisabuelo y muchos tíos, primos hermanos y segundos, y hasta sobrinos. Tan grande era la presencia de la familia en el sector que, cuando en 1693 quedó una vacante en una orquesta de la corte, se pidió de forma urgente no un violinista o un organista, sino un Bach.

Una de las cosas que más me están dando vueltas últimamente a la cabeza, es si existe algún factor genético en el comportamiento económico de las personas. Yo, por ejemplo, tengo una influencia clara de lo que mi padre llamaba la “virtud del ahorro” que me hace ser un hombre poco proclive a sostener el marco económico mundial actual, basado en el consumo permanente. No hay palabrejo que más odie que lo de “obsolescencia programada”, y de todo lo que intentan venderte y de lo positivo que es, para que el tren no deje de rodar. Yo, como hacía mi padre, voy detrás de mis hijos apagando luces y cerrando grifos, y lo único que cambia es que ya no tengo que decir “¡cuelga ya el teléfono!”, gracias a las tarifas planas. La deuda siempre se veía como algo peligroso de lo que había que huir. Intentaba encontrar una explicación a este comportamiento, y el otro día leí algo que se le asemejaba. Hablaba del ahorro chino y definía a éstos como pesimistas definidos (como contraposición al optimista indefinido, cuyo ejemplo más palmario puede ser el estadounidense). Un pesimista definido cree que el futuro puede conocerse, pero dado que será sombrío, debe prepararse para afrontarlo. Tal vez pueda parecer sorprendente, en un país que está llamado a liderar el mundo en un par de décadas a lo sumo, de mantener sus ritmos de crecimiento actuales, pero esto parece ser más una visión fuera de China que de los propios chinos, que sienten terror por no conseguirlo. El método de crecimiento que ha seguido hasta ahora es (como bien se ha encargado de twittear a los cuatro vientos Donald Trump) copiar todo lo que se inventa en otro sitio, pero esto tiene un límite, y lo que realmente preocupa a los mandatarios chinos es el compaginar el crecimiento económico con un verdadero desarrollo social, intentando contentar a 1.500 millones de tíos cada vez más difíciles de engañar, y que a pesar del crecimiento del 7%, es casi imposible alcanzar el nivel de vida occidental. Todo chino adulto ha sufrido hambrunas de niño y eso hace que esa situación de ir apartando siempre algo del salario, aunque todavía no se disponga de cosas que a nosotros nos pueden parecer totalmente necesarias, no parezca algo fuera de lugar, y les hace estar preparados por si vienen mal dadas. Nosotros tenemos todavía secuelas de nuestros padres que nacieron después de la Guerra Civil, en lo que ellos llamaban los años del hambre (los años de la leche en polvo americana) y cierto instinto conservador a la hora de afrontar el futuro. Los alemanes tienen su propio gen antiinflacionario, cuando ya ha pasado casi un siglo de su episodio de hiperinflación. Siempre se ha dicho que el inversor europeo es un inversor de renta fija y el americano de renta variable. Por eso, a pesar de las amenazas de subidas de tipos, el bono alemán ha vuelto a bajar del 0.50% a diez años. El no perder tiene más peso que las posibles ganancias.

En el otro lado tenemos el optimismo indefinido americano, que ha sido la moneda común desde que empezó la racha alcista en Bolsa en 1982. Las finanzas sustituyeron a la ingeniería como patrón de la nave. Para un optimista indefinido, el futuro será mejor, pero no sabe exactamente por qué. La generación de los baby boomers acostumbrados al progreso sin esfuerzo se sentían con derecho a él. Las cosas mejoraban año a año, sin que tú hicieras nada, o al menos sin que dependiera de ti. Siempre hay algún rico y triunfador en el que fijarse (Gates, Musk, Zuckerberg, Bezos) y que son además los que moldean la opinión pública. Esos extremos son mucho más visibles que las oleadas de gente que se va quedando por el camino. Como dice un amigo, “Todo el mundo quiere salvar a la Tierra, pero nadie quiere ayudar a la madre a fregar los platos”. Las finanzas se han convertido en la mejor manera de hacer dinero cuando no tienes ni idea de cómo crear riqueza. Hasta que surgen momentos en que todo periódicamente se desmorona y ves que muchos activos se transforman en humo después de estallar las burbujas.

Peter Thiel describe de forma muy irónica el proceso:

Emprendedores de éxito venden su empresa a cambio de dinero. No saben qué hacer con él, de modo que se lo dan a un gran banco. Los banqueros no saben qué hacer con él, de modo que diversifican distribuyéndolo en una cartera de inversores institucionales. Los inversores institucionales no saben qué hacer con él y lo diversifican a través de una cartera de acciones. Las compañías tratan de incrementar el precio de sus acciones generando flujos libres de efectivo (o recurriendo a la deuda como ahora mismo) con la que pagan dividendos y recompran sus propias acciones, y el ciclo se repite.

En ningún punto sabe ninguno de los integrantes de la cadena qué hacer con el dinero en la economía real. Pero en el mundo indefinido, la gente prefiere la opcionalidad ilimitada, el dinero es más valioso que cualquier cosa que quieras hacer con él. Sólo en un mundo definido el dinero constituye un medio para un fin, (recordemos la economía mundial tras la IIGM como ejemplo de mundo definido) no un fin en sí mismo.

Por primera vez en muchos meses, la bolsa americana ha empezado a dudar de su futuro y de si sus cotizaciones pueden mantenerse en subida permanente. Llega la hora de la verdad, para ver qué pasa cuando la veleta cambia de dirección y Mary Poppins tiene que abandonar la casa. Veremos qué pasa en muchas acciones ilíquidas si los partícipes deciden abandonar el barco, veremos si el barco navega cerca del fondo del mar, o tenemos debajo la Fosa de las Marianas. Una de las cosas más sorprendentes de esta recuperación económica es que hemos vuelto a hacer creer a todo el mundo que la deuda no importa y que siempre hay alguien dispuesto a dejarte dinero independientemente de lo que hagas con él (nos hemos olvidado de hace apenas seis años, que teníamos los tipos al 7% en España). Esperemos que sea así… 

Buena semana,

 

Julio López Díaz, 04 de abril de 2018

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